sábado, 10 de febrero de 2007

Mi Valentin

Valentín tiene seis meses de edad desde hace más de un año.
Aunque parezca difícil de creer fue una decisión que ambos tomamos en un momento de lucidez; él me miró a los ojos tiernamente y dijo (sin palabras obvio): mami preciosa y querida, ya no quiero crecer más. Y yo, muda de la emoción, le dije (con palabras, obvio), así se hará, desde hoy tendrás siempre seis meses de edad.
Sellamos el pacto con leche materna y lo celebramos con un banquetazo que duró más de una hora. Valentín succionaba con fervor, emocionado con la idea de no crecer, intercalaba los pechos, levantaba las caderas y giraba el torso sin soltar el pezón de sus labios, parecía un experto malabarista. Yo sonreía extasiada.
Los primeros meses fueron sumamente divertidos; las otras mamás me hacían preguntas sobre la edad de Valentín y yo respondía en tono indiferente siempre lo mismo: seis meses. Y entonces comenzaba el juego de halagos que tanto nos deleitaba a los dos.
Pero mira qué grande está, ya lo viste cómo gatea, mi hija tiene ocho meses y todavía no se sienta sola. ¿Qué le das de comer? ¡Sólo pecho!, te envidio, a mí se me fue a los cuarenta días, simplemente…se fue. Tu hijo se ve fuerte, grande y sano, te felicito, eres una madre grandiosa.
De vez en cuando me sentía mal con ellas, se echaban en cara lo que no habían hecho por sus bebés y se lamentaban porque sus hijos eran “normales”, “mediocres”, “sin chiste”, pero..¿qué podía hacer yo?
Más pronto de lo que imaginé llegó el día de su primer cumpleaños “oficial”. Yo me negué rotundamente a realizar cualquier tipo de celebración. Es muy pequeño – argumentaba - le asustan los payasos, no sabe pegarle a la piñata y podría sufrir quemaduras con las velas encendidas del pastel.
Después de mucho insistir, mis padres (abuelos novatos), se dieron por vencidos. Sin embargo, ese día se presentaron en mi casa con regalos en los brazos y un pastel de chocolate hecho en casa sin velitas. Me quitaron a Valentín de los brazos, y una vez alejados del enemigo, comenzaron a invadirlo de frases tan cursis que hasta me dieron ganas de vomitar.
Valentín, quien tenía todo el rostro manchado de lápiz labial, sonreía hipócritamente, conocía sus opciones, (yo misma se las había enseñado en un rato de ocio):
a) Escupir a la cara de los abuelos.
b) Vomitar encima de ellos.
c) Salir huyendo hacia el escondite más lejano.
d) Ninguna de las anteriores.
Se decidió por la opción d. Sus abuelos estaban encantados y Valentín fingía disfrutar de su compañía.
Esa noche dormimos más juntos que nunca, conectados con mi seno en su boca, apuesto que nuestros sueños se encontraron.
Pero después de ese día las cosas comenzaron a cambiar. Dudo que yo me haya equivocado, más bien me pregunto si habrá sido algún ingrediente del pastel de mi madre que envenenó el corazón de Valentín.
Se rebeló, me exigió un cuarto con cama propia en donde dormir, un vaso decorado de plástico para tomar leche de vaca, y me amenazó con romper el pacto si yo no le cumplía sus demandas. Acepté más que nada por desconcierto.
Hasta que un día todo terminó. Salimos a pasear al parque, Valentín conocía las reglas y sabía que debía permanecer en su carreola todo el trayecto. Los bebés de seis meses sencillamente no caminan en público.
Sin embargo se negó rotundamente, se bajó de la carreola en un berrinche escandaloso, gritó, pataleó y hasta me empujó.
- ¡Pato No! (pacto no) – gritaba enojado. Entonces me di cuenta que no valía la pena suplicar. Hice a un lado la carreola, le tomé de la mano y nos fuimos caminando de regreso a casa y sin hablar.
Los días transcurrían mientras un deseo de venganza se apoderaba de mí, me encontraba obsesionada con la idea de castigar a mi único hijo.
De pronto encontré la forma de hacerlo: vislumbré peleas constantes, rivalidad, golpes y mi útero sonrió. ¿O es que existe algo peor que un hermanito?

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades amiga, realmente brillas en todos sentidos. Con cariño. Raquel

Tamar Cohen dijo...

Eres una linda amiga, tu comentario me hizo sonreir. Te quiero

Anónimo dijo...

Que buen final cuñis! que buena eres me cae, te quiero!
Tu fan,
Mon

Tamar Cohen dijo...

Querida Moni, la admiración es mutua. Te quiero.

Anónimo dijo...

como que nos haces ser cursis con tanto amor y admiración, no? Te quiero y admiro cursilonamente.

Anónimo dijo...

Yo no pienso que Tamy sea cursi, ni que sus escritos lo sean, mas bien estan llenos de talento, yo no utilizaria la palabra cursi para describir ni siquiera lo que me provoca leerlos, la palabra que a mi parecer la describe es Creatividad y Valentia
que puedo hacer, aparte la quieroooooo
vanesa

Anónimo dijo...

si sus escritos no son cursis, las cursis somos nosotras con este tipo de comentarios, por supuesto que Tamy desborda talento, ojalá nuestros comentarios también lo tuvieran, además, este espacio es de ella, no para que nos comuniquemos entre nosotras, o si? Y tambien la quiero a ella y a ti.

Anónimo dijo...

Coincido totalmente contigo en el talento de Tamy,
y creo que este puede ser un foro de intercambio de ideas, además yo a ti tambien te quiero y ademas te admiro, asi que mejor sigamos en el mood cursi, pues viniendo de ti todo cambia.......

Tamar Cohen dijo...

Milly y Vanesa usen este medio para comunicarse por mi no hay bronca, cualquier comentario que venga de ustedes es infinitamente apreciado por mi, así que continúen. Yo también las quiero.

Unknown dijo...

Lo profundo de un cuento se ubica no en el tema de lo cursi-no cursi, sino en la fuerza con la que te mueve, te recuerda, o te evoca emociones, sensaciones, risas o llantos. El pacto que te rompen sin tu consentimiento, que se te marcha casi de largo, sin que sepas porqué. El niño que te crece, todo de pronto, sin pedirte permiso. La niña que de repente se te escapa con aquél porque se lo ocurre que es la hora de abandonar a sus viejos. La vida que es movimiento, cambio dinámico, marcha eterna, rueda que gira sin retorno.
Si un cuento te mueve todo eso, la evaluación es simple: extraordinario.
Te sigo leyendo.
El zorro.