lunes, 26 de septiembre de 2011

Gravity

Un tal Gerardo perdió la vida de manera estúpida. Jugaba fut con su hijo de seis, el balón fue a dar a la azotea, resbaló a causa de una lámina mal colocada y cayó al asfalto emitiendo el mismo sonido que haría un costal de maíz si fuese lanzado desde un noveno piso. Los vecinos declararon que el ruido no les había sorprendido: Gerardo poseía un corazón del tamaño de un toro, ahora imagine a un animalote de esos desplomarse de una azotea…¿se da cuenta?
Mi amiga me dio la noticia por teléfono. Se oía mal, conocía a Gerardo desde la Universidad y no podía hacerse a la idea de su muerte. Se pasó gran parte de la llamada lamentando los esporádicos cafés y las fallidas invitaciones al cine. Yo era incapaz de consolarla, después de uno de mis múltiples silencios le entró una onda filosófica. Hablo en serio, te juro que esta vez voy a cambiar, le diré a Ramón que lo amo todos los días, aunque le apeste el aliento a cabra moribunda…, creemos que la vida está ahí, quietecita, pero no, a la vida hay que agarrarla por los cuernos y…vivirla, eso es, vivirla. Estábamos a punto de colgar cuando oí que lloraba, me quedé pegada al teléfono unos segundos. Es que no dejo de pensar en la maldita ley de gravedad, en la estúpida manzana de Newton, si en lugar de caer se hubiera sostenido en el aire…mi amigo seguiría vivo. Sentí gacho. Había visto a Gerardo en una sola ocasión y parecía un buen tipo. Al fin y al cabo también se llora por los muertos que son amigos de nuestros amigos.
Hablé con ella dos días después. Lo primero que hice fue preguntarle si ya le había dicho a Ramón que lo amaba. Me dijo que no. Que esa mañana estaba encabronada con él porque había dejado la llave de la regadera medio cerrada y caía una gota cada seis segundos. Yo estoy dormida, aún me quedan tres maravillosos minutos de sueño, el idiota deja la llave abierta y cada seis segundos, te juro que los conté, cada seis cae una gota. Me paré histérica a gritarle que se vaya a chingar a su madre, y… claro, no me pude volver a dormir. Traté de calmarla, le recordé eso de agarrar la vida por los cuernos. Eso hago, me dijo, eso intento hacer.
El jueves vamos a cenar al Tíos. Compartimos una ensalada, un pescado a la plancha y dos jarras de Clericot. No hablamos más que de Gerardo, del balón que misteriosamente sigue sin aparecer, de su pobre mujer e hijo. Intento animarla y le expongo un caso hipotético: Gerardo no sube a la azotea a rescatar el balón, lo hace para jalársela enfrente de la hija de la vecina; lleva dos meses con esa nueva rutina, la espera al volver del colegio y mientras ella se quita el uniforme, él se viene sobre su ventana; es un cerdo asqueroso, un pervertido descerebrado que merecía morir. Ordenamos un pay de frutas y lo comemos en silencio. Ella no le quita la mirada a los trozos de manzana. Yo sé lo que piensa, que a pesar del asuntillo ese con la vecina…, la ley de Newton es una chingadera.
Leo en la revista Live Science que la NASA realizó un experimento para vencer la gravedad. A través de un imán superconductor se logró sostener en el aire a un par de ratones. Según declaraciones de Yuanming Liu, físico del Laboratorio de Propulsión en Pasadena, el primer ratón se sintió desorientado y daba patadas al aire; pero a las pocas horas, éstos ya se habían adaptado a su nuevo estado. Cojo el teléfono para darle la noticia a mi amiga, casi puedo ver su cara de felicidad, casi, pero.. antes de marcar el último número cuelgo. No vale la pena. Una cosa es agarrar a la vida por los cuernos y otra desgastarse en falsas ilusiones: la NASA jamás aceptaría hacer el experimento con una manzana.