jueves, 15 de febrero de 2007

La valentia del escritor

He vivido con la convicción de que el miedo no ha sido más que un obstáculo para lograr el desarrollo total de mis potencialidades. Ser miedosa, en la mayoría de las ocasiones, es sinónimo de frustración.
Recuerdo la primera invitación a dormir en casa de una compañera del colegio, mis ojos mojados, la garganta hundida, el pensamiento vivo: ¿Apagarán la luz? ¿Cerrarán con llave la puerta? Aceptaba por presión social y terminaba en la cama de los papás. La vergüenza me consumía.
En seguida llegaron las salidas al cine, mi obsesiva insistencia sobre el tema de la película, un silencio vacío si la respuesta traía consigo la palabra terror. Una vez en mi casa, con el cuerpo erizado y la furia en los dientes, me odiaba a mi misma por la falta de valentía.
“El miedo paraliza” me dijo un día un profesor de cine de la Universidad cuando yo trataba de explicarle que ver “Naranja Mecánica” por segunda vez, era un esfuerzo superior a mis capacidades. Mi respuesta no pareció afectarle; era obligatorio, dijo el muy desconsiderado. Entonces entré a la sala como si estuviera desnuda, la música clásica, aunada a los golpes de bastón que el protagonista otorgaba con tal brutalidad resonaba en mi cabeza como una sentencia de muerte. Salí exhausta, tal como dijo el profesor: paralizada.

Es cierto que el miedo te impide abrir ciertas puertas, pero no ignoremos que es también este miedo el que nos conduce a otras más reveladoras: en mi caso, la escritura.
El miedo es el impulso creador que me invita a sentarme frente a la computadora. Si escribo, es para dar forma y color a tantos años de asedio. Para pintar de verde los susurros nocturnos, de naranja los nombres impronunciables, de amarillo las persecuciones en el baño.
Al escribir me adueño de mi imaginación perturbada, invento historias en una realidad creíble que provocan una gozosa incertidumbre sobre si la ficción, no podría, en algún momento, convertirse en realidad. ¿Será éste mi temor más concurrente? ¿Existirá otro más aterrador?
Freud llamó a esa sensación “lo siniestro”, cuando lo familiar se vuelve extraño, lo cotidiano inhóspito; cuando lo oculto aparece en un terreno conocido.
En un cuento situado dentro de la realidad común, lo siniestro puede ser llevado a sus máximas consecuencias; “…el poeta puede exaltar y multiplicar lo siniestro mucho más allá de lo que es posible en la vida real, haciendo suceder lo que jamás o raramente acaecería en la realidad”
Es justamente esto lo que provocó mi primer acercamiento a la escritura.
Lo siniestro, esa sensación seductora que nos hace dudar entre la realidad y la ficción, me motivó a buscar una superficie para plasmarlo.
Así que tomé al miedo con las manos y lo embarré bruscamente en el papel, exageré el movimiento para exprimirlo sin misericordia y el resultado fue…una novela.

De no haber padecido la enfermedad del miedo, con su neblina cegadora, grisácea y volátil, con sus castillos derruidos y los pasos sonantes en la oscuridad, quizá no conocería la pasión por escribir.
Ahora las ideas se reproducen en cuestión de segundos, quiebran su cascarón y se introducen a la pantalla como si fuese su ciclo natural.
Tomemos como ejemplo la figura delgada y encorvada del Nosferatu de Murnau, con el rostro blanco casi transparente, los ojos hambrientos enmarcados por cejas oscuras y frondosas, el cráneo desnudo, deforme y suave al mismo tiempo, la nariz monstruosa, las orejas erectas cual señal de advertencia, sus largos dedos, torpes y aterradores…una imagen que, sin dejar de conmocionar mis sentidos, me inspira a escribir.
Así lo reconoció Cortázar al referirse a los cuentos de Poe “…sin Ligeia, sin La caída de Usher, no hubiera tenido esta disposición hacia lo fantástico que me asalta en los momentos más inesperados y que me lanza a escribir como la única manera de cruzar ciertos límites, de instalarme en el territorio de lo otro”


Ser una persona miedosa sin duda me impidió por un largo tiempo cabalgar cual intrépido soldado en busca de innumerables batallas. Me perdí de esas colosales victorias. No obstante, me he transformado en una valiente guerrera dispuesta a defender lo que es mío: un pavor milenario.
Porque valiente no es quien desconoce el miedo, sino quien, presa de él, se atreve a nombrarlo.

4 comentarios:

cozybebe dijo...

GUAU Tammy, eres mi idolo. Escribes increible, un beso

Rodrigo Garva dijo...

En literatura hay que ser realmente valientes. Todos, antes de la primera publicación o a los 75 años, descubriremos que nunca fuimos o ya no somos escritores, así que la empresa es de riesgo. La batalla es la motivación y los lectores la gloria, así que hay que darlo todo y apostarlo todo, aunque de miedo. Motivación, trabajo duro y (aunque la superación personal dicte lo contrario), talento; más del supuesto 10%. "El genio es poner al talento al servicio de una idea". Si la literatura es acerca de secretas obsesiones o de exorsismos sentimentales, poco importa; hay un lector, el lector brillante, que espera que le cuentes una historia y que la historia lo cambie un poco.
pd. Un abrazo, y gracias por visitar mi polvoriento blog

Unknown dijo...

Te iba a llamar honesta. Pero me dí cuenta de que la peligrosa combinación entre honestidad y valentía pudiera evocar al tristemente lugar común que un político tabasqueño utilizaba una y otra vez, hasta que los señores de la tele se comieron su honestidad, su valentía, y cada una de sus célebres palabras.
Por ello mejor te comparto a mi más reciente ídolo: Edgar Morin: "Un libro que cuenta nos desvela una verdad ignorada, oculta, profunda, informe, que llevábamos en nosotros, y nos proporciona una doble maravilla, la del descubrimiento de nuestra propia verdad en el descubrimiento de una verdad exterior, y el descubrimiento de nosotros mismos en personajes que nos son exteriores". (1994, Mis demonios, p.19) Y lo que pasa, si Morin me permite agregar, es que como ya te lo decía, cada vez que descubres una verdad propia, la has nuevamente transformado, cada vez que te crees descubierto en tus palabras, te mantienes en perpetuo cambio, porque al descubrirte en ese personaje que aparentemente te era externo, nuevamente te transformaste tu también.
Me parece que en el fondo, el tema del miedo y la valentía de explorarlo, asi como otra plenitud de emociones y sensaciones, constituye, como bien lo dices, la tarea del escribir. Por lo demás me parece que lo haces bastante bien, y que el camino que sigues recorriendo te hará hacerlo mejpr cada vez.

Te sigo leyendo.

El zorro

Anónimo dijo...

Tamar:
Darle nombre al tu miedo es el motor de tu lápiz y papel. Que delicia poder transfromar ese pasado en un presente dleitable y un futuro sumamente promisorio.
Te admiro. Te quiero.
Ilana B.